Bajamos del avión que nos traía desde Lima, y ya podíamos sentir ese
calor pegajoso que impregna todo el ambiente de la selva baja de
Iquitos. Llegar aquí fue sumergirse en el misterio y la aventura.
Sin tiempo que perder nos embarcamos en un hidroavión para ingresar
a la reserva nacional más grande del Perú: Pacaya Samiria.
Iniciando la gran travesía no podíamos contener nuestras
expectativas pues llegábamos a un mundo mágico y perdido en el
tiempo. El paisaje aéreo es majestuoso, observamos los ríos Marañón
y Ucayali, con sus meandros asemejándose al paso de las serpientes
en la selva interminable del Amazonas. Acuatizamos en una cocha
(laguna) inicial del río Pacaya. Sentimos que nos encontramos solos
en un mundo salvaje, donde la vida reina con sus propias exigencias.
Trasladamos nuestras mochilas y equipos de fotografía a la lancha
que nos recibió. Venía de la estación Santa Cruz del INRENA. En el
camino apreciamos hermosas aves como la garza blanca (Egretta
Alba), algunos shanshos (Opisthocomus Hoazin), un
gavilán, pájaros carpinteros, el martín pescador y varios camungos
(Anhima Cornuta). Arribamos a la estación biológica y desde
ya podemos internarnos en la selva, a fin de disfrutar la
experiencia de estar perdidos entre los grandes árboles que cubren
silenciosamente la reserva. La lupuna (Ceiba Mauna), la
cumala (Virola Peruviana), las palmeras y la moena
(Necpandia Sp.) son algunas especies que pudimos reconocer. La
variedad vegetal es impresionante y compleja. Las sensaciones se
intensificaban y nos íbamos introduciendo en un mundo misterioso e
inesperado, donde nada se ve y todo se encuentra.
Podíamos observar algunos delfines rosados y grises (Inia
Geoffroyensis). Se sumergen con rapidez y los más pequeños
saltan sobre el agua, apreciándolos mejor. Caída la noche decidimos
abordar un catamarán y dirigirnos hacia los caimanes (Caiman
Sclerops) y lagartos. Sólo se divisan un par de ojos
anaranjados, pero en la cercanía ya se puede contemplar el
impresionante tamaño de estos reptiles. Miden de un metro y medio a
cuatro y la fuerza que despliegan sus colas es de respeto. De ahí
que prefiramos no acercar nuestra embarcación hacia el lado de su
poderosa arma.
El amanecer es espléndido y colorido. Debajo de nuestro hospedaje
vimos la crianza de las tortugas taricayas (Podocnemis Unipilis)
y charapas (Platemyso Platycephala), especies que se
encuentran en peligro de extinción. Recién nacidas miden 5
centímetros y reposan en un ambiente de agua y arena.
Continuando nuestra aventura nos dejamos llevar por las corrientes
del río Pacaya a fin de conocer y tomar fotografías de la
paradisíaca cuenca que alberga a un sinnúmero de especies. Los monos
recorren las partes altas de los árboles con sus graciosos brincos y
audaces movimientos. Se pueden apreciar monos choros (Logothrix
Lagothricha), maquisapas (Ateles Paniscus) y cotomonos o
mono aullador (Alouatta Seniculus).
Con la tarde cayendo a nuestras espaldas admirábamos extasiados la
belleza del lugar: con el límpido reflejo de los árboles del río, el
cielo cargado de nubes anaranjadas y el infinito horizonte de la
bella cuenca. Por las noches podemos ver los ojos vigilantes de los
caimanes, esperando con paciencia la oportunidad de capturar la cena
del día. Las estrellas acompañan nuestra soledad y son antiguos
testigos de estos alejados parajes.
El recorrido fue intenso y las dimensiones de la reserva son
enormes. De estación en estación terminamos ingresando al río
Ucayali, el cual delimita gran parte de la reserva. Nos condujo
hacia la convergencia con el río Marañón, cerca de Nauta. En el
camino de salida al Ucayali pudimos constatar la pesca ilegal del
paiche (Arapaima Gigas), el pez de río más grande del mundo,
la cual no puede ser controlada fácilmente por los Guarda Bosques
debido a la gran extensión de la reserva.
Ya en el Marañón ingresamos en la cuenca del río Samiria. Los
árboles son más altos que los de Pacaya y nos sorprendió
encontrarnos con un agradable morador de la zona: el oso perezoso o
pelejo (Bradypus Pridactylus). De lentos movimientos, pero de
considerable fuerza. Nos observa con su mirada paciente. Es un
animal de actividades nocturnas, por lo que en día lo encontramos
flojo y con mucho sueño.
El hidroavión nos esperaba en la estación biológica San Antonio, a
fin de recogernos y transportarnos de regreso sin mayores problemas.
Ya en el aire no podíamos contener la vitalidad acumulada en esos
apreciados días, una sensación que nos reveló que somos parte de un
espíritu común: la naturaleza.
Texto y fotos: Juan Luis Tord